martes, 24 de julio de 2012

Tanatorio

No empezaba bien el día, abrí los ojos y una arcada me invadió la garganta, al intentar incorporarme la habitación comenzó a dar vueltas, la cosa no prometía, esa mañana parecía que cambiaría la taza de café por la del váter, al recordar el  plato de pescado ingerido la noche anterior una nueva arcada volvió sin pedir permiso, el cuerpo me pedía descanso pero eso a mí jefe le traía sin cuidado, me arrastré con todo el ánimo que pude reunir hasta la cocina, rebusqué en el armario hasta que visualice con satisfacción el paquete de manzanilla, con suerte me asentaría el estómago, en ese momento lo sentía vuelto del revés, me costaba centrar la vista en un punto concreto y el leve tufillo a comida que llegaba de las viviendas colindantes estaba logrando descomponerme más de lo que ya estaba.
El aire fresco me sentaba bien, la cabeza se despejaba por momentos, ocupé como un niño obediente el puesto que me correspondía en la cola por orden de llegada, el autobús bufó al abrir las puertas y todos ascendimos como autómatas bien programados, el traqueteo que lo pone en marchar me despierta una nueva arcada que apenas puedo contener, pero que por fin y por fortuna logro controlar, cierro los ojos y me dejó llevar entre el abundante tráfico.

Totalmente a ciegas busco el interruptor sin encontrarlo, estaba claro que el día no iba todo lo bien que debería, con desgana levanto los folios que me informan de los clientes del día, tomo asiento para no desperdiciar ni un momento de relajo, sus nombres aparecen como las notas de un réquiem, el chasquido que produce el guante de látex al ajustarse a la mano, hace galopar mi corazón, me froto los párpados y por fin reúno fuerzas para retirar la sabana, esos ojos abiertos me ponen los pelos de punta.

--¡Jóder, mira que lo digo veces! ¡Cerradle los ojos que me descompone que me miren así!, -- lo digo a voz en grito, como si alguien pudiera recoger mis quejas --.Con cierta sensación de asco le arrastro los párpados, es la primera vez que la angustia se adueña de mí con tanta fuerza, el aire lo siento cargado y la respiración pesada, preparo con desgana las herramientas de trabajo.

--¡Jóder, si ya te he cerrado los ojos, como están abiertos de nuevo!. ¡No quieres morir!. Lo siento en eso no mando yo, solo os maquillo y os preparo el atuendo para que estéis presentables en vuestro último viaje.

Aquellos ojos algo saltones, los prominentes pómulos y cierta expresión socarrona en el rictus de su boca me estaban llenando de espanto.

Tengo que abandonar la estancia con cierta precipitación, tanto sobresalto me ha revuelto un poco y no respondo de lo que pueda pasar, sentado en el pequeño habitáculo, solo escucho el eterno goteo del grifo que lleva dos años estropeado, me pregunto porqué no habré puesto la radio, el silencio que me envuelve me esta aplastando el animo, con la cara mojada me miro en el espejo.

--¡Déjalo ya, Diego, que estás muy pesado esta mañana!.

Deseo quedarme sentado en el baño, sin moverme, sin hacerme notar, como una presencial fantasmal que no existe en este plano. Agarro con firmeza el picaporte, lo giro y con paso resuelto me encamino a mi destino. Los ojos siguen abiertos, no puedo recordar si se los volví a cerrar, los pensamientos giran como un torbellino, respiro con cierta dificultad.

--¡Déjame guapo!. Su párpado se cierra en algo que parece un guiño, aunque no me ha parecido que mueva los labios.

Me duele el pecho y noto en la garganta el último pom, pom de mi corazón. Es que no era un buen día.
      
FIN

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