martes, 18 de marzo de 2014

LAS LARGAS NOCHES DE ELENA (2ª parte)

El suave roce de una mano sobre su hombro la sobresalto, sus párpados se eyectaron como el asiento de un avión de combate, miró con aire de sorpresa, solo encontró la suave sonrisa de la amable azafata que le pedía cortésmente que se abrochara el cinturón de seguridad para tomar tierra. Esbozando un amable gesto, obedeció con prestancia la solicita petición. 
Sus nervios eran templados pero su corazón intentaba salir de su pecho, había sido una estupidez quedarse dormida. Elena no podía cometer esos fallos de novata, instintivamente buscó con ansiedad disimulada su equipaje de mano, sus ojos se depositaron aliviados sobre la fina piel de la bolsa, pero deseaba comprobar el contenido, esperaba que su descuido no tuviera consecuencias nefastas. 
Se movió inquieta en el asiento, el chirrido del tren de aterrizaje y el impacto de la ruedas sobre la pista hizo que su corazón saltara de nuevo a su garganta, tras esa fachada de expresiones inamovibles, un torbellino de sentimientos giraban en su interior, ella no era una mujer corriente y el más mínimo fallo podía ser nefasto para su futuro y entonces que pensaría su abuela de ella. El avión volvió a zarandearse intentando obedecer las ordenes de la torre de control., con el último estertor del motor Elena con ágiles dedos se desprendió del cinturón que la mantenía presa en aquel sillón de first class, con movimientos pausados, para que nada delatara su ansiedad por hallarse fuera de aquel pájaro de metal, se aliso la ropa y bajó el equipaje de mano, bien sujeto entre sus dedos esperaba no tropezar con ningún contratiempo. Encaró el pasillo con paso seguro y actitud indolente.
--Espero que halla tenido un buen vuelo, --le dijo la azafata con la sonrisa perpetua colgada de su boca --.
Con un movimiento elocuente de su cabeza y una leve elevación de su rictus, dio por respondida la solicitud de la azafata.
La brisa fresca de la noche parisina le dio la bienvenida a la ciudad del amor y el aeropuerto Charles de Gaulle se abrió majestuoso ante ella.
Apenas diez personas bajaron del aparato, algunos todavía adormilados por el ronroneo de los motores y lo inconveniente del horario, el vehículo que los recogió para llevarlos a la terminal parecía poseído por el espíritu de un corredor de formula 1, nos llevo dando bandazos entre los claro oscuro de las pistas, hasta que agradecidos de abandonar aquel vehículo del infierno, nos deposito en una de las entradas, los pasajeros aunque extraños nos sentimos hermanados por el alivio, mirándonos unos a otros con aire de mofa, tras unos segundos, solo un señor y yo nos dirigimos hacia la puerta de salida, los demás aceleraron el paso para recoger sus equipajes de las cintas transportadoras.
Un señor de mediana edad y traje de Armani se dirigió a mí como si la experiencia nos uniera en algo.
--Si no tiene transporte, estaré encantado de que mi chofer la acompañe donde usted desee, --se ofreció cortésmente –.
Incomoda por el ofrecimiento y molesta por el atrevimiento,-- dijo algo airada--.
--Gracias, monsieur, tengo mi propio transporte, de todas formas gracias por su amable ofrecimiento, --  pensó para ella -- cretino, si fuera una vieja desdentada o una señora fea de cierta edad no se si seria tan solicito.
-- De todas formas tenga mi tarjeta, André Nouveau, marchante de arte, si lo desea solo tiene que llamarme, -- y sus retinas brillaron con la picaresca de un lobo que babea ante la posible presa--.
--Lo siento no creo que el tiempo me lo permita,--y lo dejó con la mano extendida sujetando el pequeño papelito entre los dedos y cara de idiota.
Con gesto de dignidad se volvió, encaminó sus pasos hasta el aseo y desapareció en su interior, --su cabeza gritaba--. Pedazo de cretino, engreído, estúpido, es que no los puedo soportar,--aunque sus labios no hablaban--, al mirarse en el espejo, el entrecejo se fruncía como un perro enfurecido a punto de saltar al cuello de la victima, con la ayuda de los dedos se aliso tan desagradable gesto, con el maquillaje retocado y el peinado en su sitio, lavo sus manos y dejó correr el agua fría entre los dedos, comprobó su vestimenta y mucho más tranquila empujó la puerta del baño como si una mujer totalmente renovada saliera a escena.
Sentada en el taxi, se sintió aliviada al comprobar que lo conducía una pequeña mujer con aire de ratoncito asustado, una vocecita aflautada se escapó del asiento delantero.
--¿Cuál es el destino?,--la inusual forma de preguntarle le hizo sentir que no estaba ante una mujer vulgar y que su físico y su espíritu no estaban en concordancia--.
--Rue des Deux Ponts, en la ile de Saint-Louis, por favor.
--Enseguida, contestó el pequeño ratoncito--.
Abrió la ventanilla y el aire le golpeó la cara, con un rápido vistazo comprobó que su compañero de viaje y ella habían superado una nueva prueba, cómodamente arrellanada en el asiento posterior del vehículo, veía pasar las casas, los coches a toda velocidad, la naturaleza quedaba rápida fuera del alcance de su vista, entonces se le ocurrió una pregunta que aunque creía estúpida, no se resistió ha hacerla.
--¿No se puede fumar, verdad?
--No,--dijo la voz del asiento delantero con contundencia--, ¡pero quien se va a enterar si se fuma un cigarrillo ¡la vida es muy aburrida si se siguen todas las normas.
Sorprendida ante el arrebato del pequeño ratoncito, la vio hacerse grande y poderosa.
--¿Le apetece uno?,--le ofreció Elena--, todavía sorprendida por el arrebato de rebeldía  de le petit femme.
--Si, gracias,-- y volvió a sorprenderla con su respuesta--.
Era todavía noche cerrada, quedaban apenas dos horas para que el astro rey luciera en su reino azulado y la ciudad dormía. El alumbrado público derramaba la luz por las calles asfaltadas y eran pocos los edificios que nos miraban con sus ventanas alumbradas, anunciando algún noctámbulo o madrugador, los semáforos con marcial disciplina se encendían y se apagaban con regularidad programada, pero apenas una docena de coches estaban presentes para obedecerles.
El coche frenó suavemente y Elena pidió el importe de la carrera, dejando una más que generosa propina.
--Gracias,-- dijo el ratoncito--. Espere, por favor,-- le alargo una tarjeta--. Si desea mis servicios solo tiene que llamarme de noche o de día.
Elena al contrario que en el incidente del aeropuerto recogió la tarjeta de buen grado y la guardo en su bolso.
--No dude que lo haré,-- contestó Elena con aire de satisfacción.
El taxi se perdió en la lejanía y Elena por fin llegó a su santuario, su isla silenciosa, amable, alejada del bullicio de turistas, parisinos, coches…, contempló la fachada de su apartamento de estilo neoclásico, la señora Bartan todavía dormía, la cotilla del edificio, alguna vez había llegado a pensar que no dormía, permanentemente de guardia en su apartamento, el sol asomaba con timidez y Elena se sentía exhausta. Abrió la pesada puerta de hierro forjado y se encamino hacía el tercer piso y cuando ya pensó que podría disfrutan de un merecido descanso, arrullada por las aguas del Sena, una voz chillona a su espalda, provocó que sus bellos se encresparan como escarpias.
--¡Buenos días!, mademoiselle Elena.
Elena dio un salto apoyando la espalda contra la pared y adoptando una actitud defensiva, el corazón le latía como el de un caballo desbocado y la garganta se le seco como si hubiera absorbido hidrógeno liquido.
(CONTINUARÁ)

Vamp.

No hay comentarios:

Publicar un comentario