miércoles, 12 de marzo de 2014

Las Largas Noches de Elena.

Por fin llegó la tan anunciada Elena, siento haber hecho esperar tanto para disfrutar, o así lo espero, y deseo, de "LAS LARGAS NOCHES DE ELENA”, espero poder deleitar a todo el que lo desee con estas aventuras cálidas y sugerentes y reitero mi agradecimiento por seguirme


Elena con paso firme salvó la distancia que la separaba de la inmensa y preciosa balconada, dándole un corto sorbo a su copa, observo a los transeúntes que empezaban a escasear por las calles, la gente poco a poco se retiraba a descansar a sus casas después de un ajetreado día en la ciudad, los coches iluminaban por unos minutos la calle en  su reptar por el asfalto, alejándose a lugares menos concurridos y en algunos casos menos iluminados, Elena sentía el impulso de dejar caer el vaso y observar con picaresca infantil como se estallaba contra el suelo, emitiendo un hondo suspiro abandono la peregrina ocurrencia, deposito la pieza de elaborado cristal sobre la balaustrada, se mesó el pelo con sus gráciles dedos y estiró el cuello algo agarrotado por el cansancio y observo de nuevo el paisaje urbano, las luces de los comercios, los escaparates adornados con artículos variopintos. 
Un leve gruñido rompió la idílica ensoñación, cerró los ojos y con un gesto de hastió volvió al interior de las habitación. Un caballero de cierta edad desparramado sobre un carísimo sillón, lucia un patético aspecto en ropa interior, se agitaba pesadamente emitiendo un leve quejido que se asemejaba al gruñido de un pequeño animal indefenso. 
Elena con un movimiento ágil, prendió el vaso antes de que este cayera al suelo de su mano y manchara la preciosa alfombra persa, hubiera sido una pena manchar tan bella pieza, lo depositó sobre la mesita y la luz de la lámpara hizo centellear el contenido del vaso casi vació, con un leve movimiento, alargó el brazo para alcanzar su bolso. Ensartado en el forro una perla destacaba solitaria y anacrónica en su ubicación, tiró de ella, y en la penumbra brilló con luz propia la aguja de sombrero de fino y pulido metal, al prenderla con dedos firmes rememoró el momento en que su abuela se la había regalado y un pequeño nudo se agarró en su garganta. 
Su preciosa abuela Carla, bella, refinada, culta, fue su primer regalo fuera del ámbito infantil, después de eso las muñecas y regalos infantiles no tenían sentido, la hizo sentirse una persona mayor.
El caballero volvía a inquietarse, se acercó por detrás y casi sin tocarlo le acarició la nuca, con la aguja sujeta entre dos dedos y con destreza de un matador de toros, le apuntilló la nuca sin salirse de las raíces de la espesa mata de cabello que prendía de su cabeza a pesar de la edad, aquel arte le daría quebraderos de cabeza a los forenses y en su rictus se dibujó una sonrisa.
El caballero no se movió, ni siquiera salió el menor sonido de su garganta, permaneció con los ojos cerrados, como dormido para la eternidad, en su rostro, no se leía sufrimiento, miedo, solo ignorancia, la ignorancia del que muere sin saber que la muerte ha venido a visitarle.
Volvió a la balconada, bebió el último sorbo de su vaso, por unos instantes pudo contemplar la cálida y tranquila noche de mayo. 
El reloj dio dos campanadas anunciando que era hora de abandonar el lugar, sin prisa aseó los dos vasos que devolvió disciplinadamente a su puesto en aquella residencia, pulió con meticulosa insistencia la aguja de sombrero, sacándole brillo a la perla en forma de lágrima que adornaba el final del improvisado estilete.
 Su vestido de seda natural comprado apenas hacia unas horas, yacía abandonado en el frío suelo de mármol, su ropa interior comprada también para adornar el evento reclamaba su atención, ese color champán del encaje, la excitaba y al deslizarlo por la calidez de su piel la hizo estremecerse en un ligero escalofrío. 
En un rápido pero minucioso vistazo comprobó el escenario, una última mirada al caballero le provocó un fugaz sentimiento de piedad, el preciado portafolios que el caballero depositó con misteriosa premura en el interior de la caja fuerte, fue arrebatado y depositado en su equipaje de mano, en el cuarto de baño comprobó que su maquillaje estuviera impecable y como quien abandona la oficina después de un duro día de trabajo cerro la puerta a su espalda. 
El ascensor parecía esperarla como un servil caballero y clavando sus tacones de aguja con crueldad en la alfombra, por fin pudo respirar el aire fresco de aquella noche de mayo.
Un coche de policía se deslizaba con lentitud por la calzada notó las pupilas de aquellos polis clavadas en ella, pero ella sabía muy bien lo que miraban, se dirigió sin dilación hacia la parada de taxis, el coche de policía aminoró la marcha para que durara un poco más la experiencia. Elena abrió la puerta del taxi con cierto aire de mofa, su tacón de quince centímetros se engancho en la alfombrilla, acostumbrada al incidente lo salvo con experta gallardía y sentada con su equipaje de mano como acompañante, ordeno al taxista que la llevara al aeropuerto.
En el baño y vestida con tejanos, ropa mucho más adecuada para viajar, repartió el dinero estratégicamente, entre ella y el equipaje de mano. La boca la notaba seca de tanto trajín, y esperando su vuelo a París cruzó las piernas con estilosa compostura y se autoinvito a una bien merecida copa de champaña.
Le gustaban los vuelos nocturnos, el aeropuerto dormita dulcemente como sus empleados, pasas casi desapercibida ante los ojos empañados de sueño de los trabajadores, todo es más relajado y tranquilo, la megafonía rasgo el bajo sonido ambiental anunciando la próxima salida del vuelo con destino a París, acabó el champaña sin prisas y como una experta viajera, se encamino hacia la puerta de embarque, una amable azafata comprobó su tarjeta y con una sonrisa y deseándole un feliz vuelo le franqueó la entrada al finger, con paso calmado como una reina que camina hacia el exilio recorrió la distancia. Unas chicas jóvenes aturrulladas y entre risas y carreras la arrollaron sin ni siquiera disculparse, ignorándolas, siguió su camino. La azafata las recrimino amablemente y por fin ocupó su asiento en first class, lejos de alborotadoras y gente pesada, colocó su equipaje de mano donde pudiera vigilarlo. 
 Le indicaron que el avión se demoraría unos minutos en salir por un tema técnico, por primera vez una pequeña sombra de duda se le alojó en la garganta, que se disipó en pocos minutos, las puertas del avión se cerraron y comprobó con satisfacción que viajaba sola en su departamento. 
Su espalda se pegó al asiento sucumbiendo a la fuerza de la inercia ejercida por el despegue, las luces quedaron en penumbra, y a través de la ventanilla todo era oscuridad, pidió un refresco, retrepo el asiento y se dispuso a ver la película que le ofrecía el vuelo. Despejó su mente de preocupaciones  y con un profundo suspiro, el ruido de los motores adormeció sus sentidos y así permaneció tranquila y serena.

Continuará....

Vamp.

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