miércoles, 30 de abril de 2014

Las Largas Noches de Elena (4º parte)

La luz del sol la obligó a cerrar violentamente los ojos quedando cegada por unos instantes, su calor la envolvía suavemente atravesando las finas fibras de la vaporosa blusa, reconfortada, le mostró el rostro a su benefactor y con cierta premura se encajó las gafas de sol. 
La oscuridad de los cristales le devolvió la ansiada visión del bello entorno. La calle sin trafico le permitía disfrutar del murmullo de las aguas del Sena a su paso por la bella isla, dos señoras de cierta edad paseaban un par de Yorkshires terrier, mimados e impertinentes, ni ellos mismos sabían si querían pasear o protestar, tirando de sus correas sin control, un caballero de cierta edad pero de buena planta, leía muy interesado el Le Monde, entre los claroscuros de un centenario árbol, disimuladamente se fijó en ella por unas décimas de segundo, volviendo a su lectura casi de inmediato, Elena encaminó sus pasos sin rumbo, dejó que sus pensamientos se mezclaran con la brisa y volaran libres, alejando los malos augurios, poco a poco entró en un estado de ensoñación, el espíritu escapó sin control a tierras lejanas, remotas, realidad y fantasía se mezclaron sin permiso descontroladamente.
Elena paseaba por una la verde pradera, la gravedad no parecía tener poder sobre su cuerpo y sus saltos le permitían caídas a cámara lenta, el cabello se elevaba  como en un anuncio de champú, sus saltos de gacela eran precedidos por un Golden Retriever color canela muy claro, casi blanco y aunque no reconocía el perro de ninguna etapa de su vida, si estaba segura de que se llamaba Fluflo. 
Un barco lleno de turistas con la música a toda pastilla la sobresaltó, Fluflo repitió en voz alta intentando darle verosimilitud al nombre.
--¡Fluflo!, ¡no!, yo no le haría eso a un perro, es un nombre estúpido –dijo, negando con la cabeza y en voz alta--. Está claro que los sueños son una estupidez sin sentido la mayoría de las veces.
El escandaloso barco turístico se alejó con rapidez y la calma volvió a la zona como un regalo para los transeúntes, acostumbrados a que el único disturbio, fuera el canto de los pájaros o el ruido ocasional del motor de un coche.
Su estomago rugió haciéndola bajar a Elena a la tierra, intentando decidir donde podría saciar el apetito, miró a su alrededor, la gente sentada sobre la hierba disfrutaba del hermoso día y en un banco apenas a diez metros de distancia, el hombre del periódico, podría casi jurar que era el mismo hombre, cuarenta y muchos, bien vestido, con aire señorial, nada llamativo para la zona, pero Elena le resultaba familiar sin saber la razón, quizás era un vecino y lo había visto más veces sin percatarse de ello, ciertamente estaba algo paranoica, sin querer darle mas importancia se alejó buscando un lugar donde comer algo, no recordaba cuando fue la última vez que ingirió algo de alimento. 
Su lugar favorito, un viejo local, regentado por una joven pareja que decidió conservar todo el encanto retro, restaurando sin permitir que perdiera la pátina que le daba ese regustillo a otro tiempo, cuando la vida era menos ajetreada y las personas se ruinan para charlar de sus cosas o de otras cosas y un café era solo una excusa para pasar una tarde con amigos.
Nada más entrar, un joven la acompañó hasta la mesa, ofreciéndome las exquisiteces de la casa, pidió un té helado y una tregua para decidir entre tanto manjar. 
El chico que me había traído el ramo de flores, estaba apostado junto a otros jóvenes frente a la cristalera, parecía estar dándole buen uso a mi generosa propina, al percatarse de mi presencia, me miró con desconfianza, yo le regalé una sonrisa a modo de tregua, el me hurtó la mirada y abandonó el local en pocos minutos, ahora iba asustando a la gente, desde luego me estaba convirtiendo en una verdadera bruja, esbocé una amarga sonrisa y volví a la carta con cierta resignación.
--Garçons, s'il vous plaît.
En unos segundos el joven atendió amablemente mi comanda, mientras esperaba, el deambular de la gente por la calle me distraía. El hombre del periódico, volvió a reaparecer en escena, está vez la miró sin recato, fijándose en ella descaradamente, se llevó la mano a la cabeza como si tocara un sombrero imaginario para saludar y se perdió en el interior de una tienda de delicatessen, la oscuridad del interior lo engullió, tras atravesar el umbral de la puerta, con la boca aún medio abierta por la sorpresa, tuve que recomponerme ante la voz que llamaba mi atención.
--¡Mademoiselle!, su comida. ¿Desea algo más?,-dijo el joven camarero--.
--No, gracias –le contesté totalmente ausente—
Estaba más hambrienta de lo que pensaba y el aroma de los alimentos finamente cocinados, me hizo salivar, olvidando por un momento al impertinente individuo, durante el tiempo que degusté la comida solo pensé en disfrutar del momento, de lo demás me preocuparía mas tarde, nada ni nadie iba a estropearme mi instante gastronómico, o eso creía yo, cuando mi paladar sucumbía ante un postre de muerte por chocolate y mi cerebro procesaba el placer de fundirse el chocolate negro, blanco y con leche, aquella figura ante mí, me hizo atragantarme, tras la servilleta, tosía intentando no ahogarme.
--¡Discúlpeme! --dijo la negra silueta--, no pretendía incomodarla.
Casi sin voz todavía afectada por el susto y entre toses, le contesté.
--¡Va por el mundo asustando a la gente! –le dije sin disimular el enojo—
--Esta claro que usted y yo no tenemos forma de empezar una conversación en condiciones, no sabe cuanto siento lo que ha pasado, --y su tono de voz sonó apesadumbrado--.
La silueta tomó forma y por fin descubrí por qué me resultaba familiar, era el cretino del aeropuerto, al que despaché con cajas destempladas, no se pude tener más mala suerte, idiotas hay por todas partes, pero solo a mí me pasa que vivan en mi mismo vecindario.
--¿Puedo sentarme?, necesito que me permita compensar este agravió
--No existe tal agravio, yo me he asustado y punto, tampoco pasa nada, márchese tranquilo, sus disculpas han sido más que suficientes para mí.
Estaba claro que aquel hombre no tenía la más mínima intención de darse por vencido, así que quedaban dos caminos o le decía directamente que se fuera y no volviera a mirarme o lo dejaba hacer, elegí la menos violenta y llamativa.
--Siéntese, por favor,--dije sin convencimiento—
Para él fue suficiente, se apresuró a sentarse y con una sonrisa de oreja a oreja y el entusiasmo de un niño frente a un dulce deseado, --me dijo--.
Deseo. ¡No rectifico!, necesito invitarla a algo, no puedo perdonarme el susto que le he dado, --insistió, pertinaz como una plaga bíblica--.
Segura de no poder deshacerme del caballero, acepté a regañadientes.
--¡Esta bien!, tomaría un café.
--¡Magnifico!, me llamo Bruno Pescarelli --dijo, absolutamente entusiasmado—.
--Elena,-- dije muy a mi pesar--.
--Simplemente Elena,-- dijo acariciando mi nombre con su voz--.
--Elena, no le parece suficiente.
--Me parece lo que a usted le parezca, Elena, un nombre bello y con fuerza, suficiente para una mujer como usted, no necesita nada más. 
Resultó ser un elocuente conversador, no exento, de cierto humor, sin darme cuenta llevábamos horas hablando de arte, viajes, incluso era un gran entendido en moda, sabía escuchar, el momento exacto de hacer una broma, tanta perfección me estaba poniendo los pelos de punta, ignoraba que tantas virtudes fueran capaces de reunirse en el cuerpo de hombre. El envoltorio no estaba mal tampoco, cuarenta y muchos pero sin nada  que envidiar a un hombre más joven, delgado, piel bronceada, con una espesa cabellera castaña, ojos marrones y una sonrisa cautivadora. 
Como pueden suponer paseamos, cenamos, volvimos a pasear y me descubrí riéndome despreocupada como una adolescente cautivada por su príncipe azul, hacía años que no me reía así, que no vivía una velada o que no me permitía una velada como esa, ahora temía la hora de la despedida, deshacerme de Bruno no resultaría fácil, tendría que recurrir a todas mis armas.
No había ni la menor duda de la autenticidad de su sangre mezclada, entre Francia e Italia, por sus venas corría el encanto francés, junto con la picaresca italiana, era un pícaro encantador y travieso como un niño, sin embargo fue sorprendente hasta para mí con la facilidad que abandono una causa por la que yo creía lucharía hasta las últimas consecuencias.
--¡Elena!,--dijo con cierta teatralidad--, me has regalado una noche fantástica, no lo olvidaré y abandonaré todo intento de insistir en una penúltima copa, si me ofreces el placentero honor de comer al mediodía con este viejo caballero, --acariciando mi mano, me la beso suavemente--.
 En ese momento me pareció una salida tan fácil, que ni siquiera me paré a pensarlo.
--¡Te recogeré a la una!,-- dijo sin darme tiempo a pensar--.
-- ¡Está bien!,-- contesté sin reflexionar y algo aturrullada por la situación.
Se alejó con paso pausado, su sombra se mezcló con la oscuridad de la noche y desapareció. 
Con la sonrisa puesta, giré la llave en la cerradura, empujando la pesada puerta con el hombro, una vez en el interior, corrí escaleras arriba sin pararme a encender la luz.
Una voz enérgica, interrumpió la entrada a mi casa.
--¡Estas loca!,--dijo casi en un grito--, acaso no tienes juicio. ¿Como sabes que ese hombre es de fiar?. ¿Qué sabes de ese individuo?
Todavía sorprendida por la intromisión y sobresaltada, --contesté airada--.
--¡Señora Bartán!,--dije en un grito--. !Se ha pasado usted de la raya!, como se atreve a espiarme e increparme por lo que yo haga con mi vida.
--¡Niña tonta y estúpida!,--grito la señora Bartán--.
Los vecinos ante tanto escándalo, se asomaron protestando, acercándose al lugar del conflicto.

(CONTINUARÁ)    

Vamp.

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