martes, 5 de mayo de 2015

Las Largas Noches de Elena 5º parte

-¡Niña idiota! ¡Niña idiota! –seguía gritando,  poseída por una fuerza imparable-. Totalmente aturdida miraba en todas direcciones intentando buscar una salida  digna y  discreta a esa rocambolesca situación, aquella mujer se había vuelto loca, sin pensármelo dos veces la abracé con todas mis fuerzas, obligando a su pequeño cuerpo a obedecer mis deseos.

-¡Siento el alboroto, disculpad a la señora Bartán!, está algo disgustada conmigo y muy cansada, disculpen las molestias, enseguida lo solucionamos y todos podremos descansar, no volverá a pasar, buenas noches y disculpen.

 - Yo mantenía agarrada a la señora Bartán con todas mis fuerzas, la mano sobre su boca,  ella oponía la resistencia que podía. La gente medio dormida parecía no haber sido consiente de la agresión que la anciana señora estaba recibiendo por mi parte, poco a poco cada vecino volvió a su hogar deseando olvidar el incidente, en aquel rellano  alumbrado por la luz de la luna que se colaba indiscreta por el gran ventanal, solo quedamos las dos alborotadoras.
Sin aflojar la presión sobre la anciana la empuje con violencia a el interior de su piso y cuando intentó zafarse de mis manos y librarse de la mordaza para volver a gritarme improperios, giré mis manos hábilmente para intentar volverla, se agarró  con fuerza al marco de una puerta, un crujido seco retumbó en mis oídos, el cuerpo de la vieja señora se desplomó por su propio peso golpeándose, ya sin conocimiento contra el borde de una pequeña mesa.

 Incrédula y estupefacta observé ese encogido cuerpo, apenas un bulto sobre la baldosa, rodeada de una mortal penumbra, no podía salir de mi asombro, como aquella vieja loca me había metido en semejante lío, que tenía que ver yo con su vida su historia y sus demenciales chocheces, como me veía envuelta en este embrollo, era un accidenté, pero como explicar a la policía el asunto sin salir perjudicada, ¿quién iba a creerme?, una extranjera sin pasado, acabaría con mis huesos en la cárcel y lo peor es que no sabría porqué.

Cerré la puerta disponiéndome a trazar un plan, aquel pequeño cuerpo en esos momentos podría parecer algo nimio, sin embargo se me había vuelto un grandísimo problema, que se agravaría sin yo saberlo, en breves segundos.

Apenas si había asimilado el problema en el que estaba inmersa, el sonido del timbre del piso de enfrente rasgo la noche, estridente como el chirrido de unas uñas sobre una pizarra, terriblemente alterada espíe por la mirilla la puerta de mi propia casa, mi acompañante nocturno me mostraba la espalda, se presentaba como otro problema a resolver de inmediato, analicé la situación en décimas de segundo. Si finjo no estar, tendré que dar explicaciones, lo mejor seria afrontar la situación en ese preciso momento, alisándome el pelo con las manos de forma instintiva, improvisé sobre la marcha.

--Abrí la puerta de la señora Bartán, asegurándome de no cerrarla del todo tras de mí.
¿Que te pasó cambiaste de opinión por el camino?, -- le pregunté con el sarcasmo y aplomo que pude reunir, me miró con asombro emerger de entre las sombras de la casa de mi vecina.
--¿Me he confundido de puerta?
--No,-- le respondí con desparpajo--, mi vecina se encontraba algo indispuesta y la he ayudado, ya está dormida.
--Siento haber sido inoportuno.
La verdad que ahora mismo no puedo atenderte, si no es importante preferiría dejarlo para otro momento.

Visiblemente incomodo, --dijo--.
--Lo siento, mañana nos vemos, -- visiblemente aturdido, abandonó con paso enérgico sin mirar atrás el lugar, un portazo fue la pista del estado de ánimo que se encontraba el maduro galán. No podía pararme a sacar conclusiones, tenía un trabajo mucho más importante y comprometido.

De nuevo en la escena del asesinato, intentaba buscar una salida airosa, cerré los ojos y recreé de nuevo lo ocurrido, la vi soltarse de mis manos, un crujido seco y la cabeza rebotando sobre el borde de la mesita, caer como un fardo de tela y comprobé de nuevo que seguía acurrucada como un gatito dormido.

 En ese momento tomé una decisión arriesgada y algo incoherente.
--Adiós, señora Bartán, siento mucho lo ocurrido. Cerrando la puerta tras de mí
Dos días después la  policía llamó a la puerta, subía y bajaba las escaleras, una ambulancia, el forense, los vecinos curioseando.

Señorita, nos han informado los vecinos que usted y la señora Bartán discutieron acaloradamente hace dos días a altas horas de la noche y que la señor Bartán se la veía muy afectada, ¿podría decirnos cual fue el motivo de dicha discusión?.
¿La  ambulancia para que es, se encuentra mal la señora Bartán? --pregunté, con voz afectada--.No me perdonaría ser la causa de su dolencia, es una señora muy temperamental y con muchas manías, pero le tengo cierto aprecio.
Señorita la señora Bartán murió  hace dos noches.

--¡No!, --deje que mi voz se desgarrara--, eso no puede ser, la deje en su casa gritándome, tan viva como usted y como yo, ¿qué le ha pasado?, eso no puede ser –dije apenas con un hilo de voz, dejándome caer sobre un sillón--. Si fue una tontería, decía que hacia ruido, que volvía muy tarde, me sentó mal y la discusión se escapó  un poco de las manos, pero nada más, la obligué a entrar en su casa y la seguí escuchando durante un breve lapsus de tiempo, como seguía protestando, a los pocos minutos imperó el silencio y pensé que cansada de protestar se había marchado a la cama.

--¿Que vínculo la unía a usted para sentirse en el derecho de  increparla?,--preguntó el policía, libreta en mano--.Si apenas la conocía, fue por lo visto, buena amiga de mi abuela y le dio por ejercer de abuela, digo yo, no le puedo decir nada si yo evitaba encontrarme con ella, para mi es una auténtica desconocida.

Y las preguntas siguieron y siguieron durante dos días sin descanso, hasta que cansados de buscar vínculos y motivos que no existían, la archivaron como muerte accidental.
Cada vez le daba la espalda a su puerta, sentía que el pelo del cogote se volvía alambre y un escalofrío insoportable, sacudía la espalda como un latigazo, estremeciéndome.

La noche mostraba su mejor cara, una pequeña brisa se colaba por la ventana entre abierta, solo guiada por la luz azulada que se filtraba por la cristalera, alcancé la pasmina, cuando el timbre rompió el bucólico momento, sin respiración y casi sin fuerzas, espíe  por la mirilla.

--¡Bruno!—dije casi en un grito--. ¿Qué  haces aquí?
--Disculpa, Elena, últimamente parece que nunca llegó en buen momento.
--Disculpa Bruno, pasa, iba a salir para dar un paseo.
--Si no te molesta te acompaño, ahora si prefieres estar sola me marcho.
--Pasa hombre que al final vas a terminar por pensar que no tengo educación.
--¿Quieres un chupito?, a mi se me acaba de antojar, ¿coñac o whisky?
--Coñac, por favor.

El silencio se hizo tenso, el tintineo del cristal y el liquido al llenarlos relajaron un poco el ambiente, desplazándome grácilmente hacia Bruno le ofrecí el pequeño vaso, chocaron en un brindis que se redujo a una mirada extraña.
--¿Salimos?—pregunté, con una sonrisa forzada--.
--¡Por supuesto!—contestó algo confuso--.

Caminábamos en silencio como dos extraños, que al fin y al cabo es lo que éramos, apoyándome en la barandilla del río contemplé la corriente del Sena. Bruno se sintió mareado, se sujetó la cabeza con la mano, y yo lo invité a bajar un poco más por un acceso para las embarcaciones y sentir el frescor del agua en nuestros pies, me miró sin verme, los ojos se le volvieron blancos, noté como se convulsionaba, oí el impacto con el agua, lentamente salvé los cuatro pequeños escalones, sin mirar atrás.


(CONTINUARÁ)

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