miércoles, 18 de mayo de 2016

Las largas noches de Elena 14º parte

El local parecía repleto, al menos eso se intuía entre la casi oscuridad en la que me encontraba amparada, la música sonaba a todo volumen y el corazón latía peligrosamente alborotado, las chicas bailaba en posturas insinuantes, mesandose el pelo como gatitas perversas en busca de aceptación y cariño volátil e interesado, caricias pactadas con el alcohol como mediador necesario, labios mentirosos que decían lo que querías escuchar, posturas lascivas, dedos que rozan cuerpos febriles ansiosos de deseo.
 
--Póngale a la señorita lo que desee,--dijo una voz extraña junto a mí--. ¿Me permite que la invite?.
Lo miré con cierta extrañeza, mientras el camarero solícito, volvía a rellenar la copa sin preguntar.
--Me llamo Abraham,--dijo el extraño, mirándome insistentemente a los ojos--.
--Rebeca,--le contesté divertida--. Tus padres no querías que pasaras inadvertido por este mundo, Abraham, ¿Haces honor a tú nombre?.
--A veces, --contestó el desconocido--, rompimos en una carcajada al unísono.
--Eso está bien, cumplir siempre las espectativas es muy aburrido.
Me miraba, bueno no sé cómo me miraba, porque era el tercer whisky el que veía por mí y el alcohol es más miope que un topo, pero a esas alturas le había dejado tomarse bastantes libertades, sus manos volaban como mariposas indiscretas de una parte a otra de mi anatomía o más bien casi no se movían de sitios concretos, sus labios me recorrían con anhelo, la respiración entrecortada anunciaba momentos más sustanciosos.
 
--¿Salimos a tomar el aire?, aquí no se pude respirar, ni hablar,--propuse harta de ese antro--,aunque yo creo que respirar o hablar nos daba un poco igual.
--¿Dónde te alojas?. ¿Quieres que vayamos a tu casa?.
--Soy una persona sin techo, una indigente, voy donde el mundo me lleva, --solté una risotada que olía a alcohol--.
--¿Quieres que vayamos a mi casa?,tengo un apartamento cerca de aquí, con unas vistas maravillosas del puerto.
--Como todos,--espetė con una carcajada de impertinente--.
--Demos un paseo que me de el aire y deje de decir cosas tontas,--cogidos de la mano y con los tacones en la mano, pisamos la arena blanda y todavía tibia del día y al abrigo de un pinar cercano caímos inmersos en una pasión desenfrenada. 
 
Su respiración frenética marcaba la pasión que sostenía el momento y mientras su dedos se aferraban a la lujuria de la carne, sus labios sellaban partes del cuerpo prohibida al común de los mortales, dos cuerpos unidos por una lujuria sin límites, inmersos solo en el deseo de la carne, cuerpos movidos al unísono en una melodía eterna y atemporal, agotados por el extasís respiramos aliviados dándole reposo al cuerpo, dormitamos durante horas, disfrutando del aire fresco de la madrugada, de la paz del momento y de los primeros rayos de luz.
 
El alcohol se esfumaba y el cerebro comenzaba a tomar el control y aunque sin culpa por lo ocurrido, la prudencia asomaba tímidamente su patita llamándome al recato.
Con el pelo revuelto y hasta el último rincón de mi anatomía lleno de la omnipresente arena, intentaba recomponerme para parecer lo menos ridícula posible.
Abraham quería aprovechar todos y cada uno de los instantes, abrazándome con fuerza volvió a estrellar sus labios en los míos y sus manos corrían audaces a toda velocidad entre mis muslos.
 
--Sigamos la fiesta en mi apartamento, puede ofrecerte ducha, desayuno y atender cualquier deseo que me pidas,--dijo con mirada picarona, como la de un niño mirando un pastel y babea al pensar en lo que pasará cuando lo introduzca en su boca y las papilas gustativas de su lengua lo detecten--.
--Si, sería un placer, pero no, tengo cosas que hacer.
--¿A las seis de la mañana?,--dijo, casi en un grito, que se ahogo en su garganta--.
Le besé suavemente los labios y abandoné el lugar con toda la dignidad que permitía el momento.
 
Continuará...

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