El local parecía repleto, al menos eso se intuía entre la casi
oscuridad en la que me encontraba amparada, la música sonaba a todo
volumen y el corazón latía peligrosamente alborotado, las chicas bailaba
en posturas insinuantes, mesandose el pelo como gatitas perversas en
busca de aceptación y cariño volátil e interesado, caricias pactadas con
el alcohol como mediador necesario, labios mentirosos que decían lo que
querías escuchar, posturas lascivas, dedos que rozan cuerpos febriles
ansiosos de deseo.
--Póngale a la señorita lo que desee,--dijo una voz extraña junto a mí--. ¿Me permite que la invite?.
Lo miré con cierta extrañeza, mientras el camarero solícito, volvía a rellenar la copa sin preguntar.
--Me llamo Abraham,--dijo el extraño, mirándome insistentemente a los ojos--.
--Rebeca,--le
contesté divertida--. Tus padres no querías que pasaras inadvertido por
este mundo, Abraham, ¿Haces honor a tú nombre?.
--A veces, --contestó el desconocido--, rompimos en una carcajada al unísono.
--Eso está bien, cumplir siempre las espectativas es muy aburrido.
Me
miraba, bueno no sé cómo me miraba, porque era el tercer whisky el que
veía por mí y el alcohol es más miope que un topo, pero a esas alturas
le había dejado tomarse bastantes libertades, sus manos volaban como
mariposas indiscretas de una parte a otra de mi anatomía o más bien casi
no se movían de sitios concretos, sus labios me recorrían con anhelo,
la respiración entrecortada anunciaba momentos más sustanciosos.
--¿Salimos
a tomar el aire?, aquí no se pude respirar, ni hablar,--propuse harta
de ese antro--,aunque yo creo que respirar o hablar nos daba un poco
igual.
--¿Dónde te alojas?. ¿Quieres que vayamos a tu casa?.
--Soy una persona sin techo, una indigente, voy donde el mundo me lleva, --solté una risotada que olía a alcohol--.
--¿Quieres que vayamos a mi casa?,tengo un apartamento cerca de aquí, con unas vistas maravillosas del puerto.
--Como todos,--espetė con una carcajada de impertinente--.
--Demos
un paseo que me de el aire y deje de decir cosas tontas,--cogidos de la
mano y con los tacones en la mano, pisamos la arena blanda y todavía
tibia del día y al abrigo de un pinar cercano caímos inmersos en una
pasión desenfrenada.
Su respiración frenética marcaba la
pasión que sostenía el momento y mientras su dedos se aferraban a la
lujuria de la carne, sus labios sellaban partes del cuerpo prohibida al
común de los mortales, dos cuerpos unidos por una lujuria sin límites,
inmersos solo en el deseo de la carne, cuerpos movidos al unísono en una
melodía eterna y atemporal, agotados por el extasís respiramos
aliviados dándole reposo al cuerpo, dormitamos durante horas,
disfrutando del aire fresco de la madrugada, de la paz del momento y de
los primeros rayos de luz.
El alcohol se esfumaba y el cerebro
comenzaba a tomar el control y aunque sin culpa por lo ocurrido, la
prudencia asomaba tímidamente su patita llamándome al recato.
Con
el pelo revuelto y hasta el último rincón de mi anatomía lleno de la
omnipresente arena, intentaba recomponerme para parecer lo menos
ridícula posible.
Abraham quería aprovechar todos y cada uno
de los instantes, abrazándome con fuerza volvió a estrellar sus labios
en los míos y sus manos corrían audaces a toda velocidad entre mis
muslos.
--Sigamos la fiesta en mi apartamento, puede ofrecerte
ducha, desayuno y atender cualquier deseo que me pidas,--dijo con
mirada picarona, como la de un niño mirando un pastel y babea al pensar
en lo que pasará cuando lo introduzca en su boca y las papilas
gustativas de su lengua lo detecten--.
--Si, sería un placer, pero no, tengo cosas que hacer.
--¿A las seis de la mañana?,--dijo, casi en un grito, que se ahogo en su garganta--.
Le besé suavemente los labios y abandoné el lugar con toda la dignidad que permitía el momento.
Continuará...
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