Intenté volverme invisible al escuchar esa voz tan íntimamente
conocida, por unos segundos me transportó a un mundo que ahora lo sentía
confuso, no podía ser,.
Me
sentí pequeña, indefensa, asustada, incapaz de reaccionar ante esta
sorpresa tan magistral, yo que me creía fuerte, experta, capaz de vencer
las situaciones más difíciles y comprometidas, siempre al borde de la
muerte o de la cárcel, en la clandestinidad, que era aquello un gran
hermano a lo bestia, un show de Thruman en femenino, o sencillamente me
había muerto y había ido al infierno directamente, en ese momento mi
nombre volvió a resonar en ese jardín de pesadilla, estaba pegada al
suelo, muda, mi garganta expulsaba un leve alito de aire, un pequeño
suspiro que apenas si me permitía mantenerme con vida, me amparaba entre
dos pequeños cipreses, intentando fundirme con su naturaleza, rezando
una oración que aprendí de muy pequeña y apenas acertaba a recordar.
Un
par de manos fuertes y ajenas, me agarraron por los brazos, me resistí
por puro instinto, intenté defenderme en una batalla perdida.
Apareció de entre las sombras y me volví muy muy pequeñita, su voz tenía la fuerza de un trueno.
--¡Elena!
– un silencio aterrador me envolvió, mis oídos no eran capaz de
percibir ni el más atronador de los sonidos--, dejá de hacer tonterías,
soltadla no irá a ninguna parte, ¡Vamos!.
La seguí como un
sumiso corderillo, ni por un momento me pasó por la cabeza escapar, no
tenía fuerza para hacerlo, tampoco le encontraba sentido, había perdido y
solo me quedaba asumir lo que tuviera que pasar.
--¡Manuel!, --el grito se perdió en el silencio nocturno.
Estaba sentado en medio del majestuoso salón, cabizbajo, lo sentí avergonzado.
--Elena, lo siento, yo no quería, pero no puedo elegir y tú lo sabes.
--¿Quién eres tu?¿De dónde has salido?, --dije, en un grito ahogado que apenas si se escuchó--.
--¡Deja al chico!, él ha cumplido su misión, así se le ordenó y lo ha echo, con la profesionalidad que se esperaba de él.
--¿Quiénes somos? ¿Qué somos?
-Sois nuestros niños y punto.
--Como
que somos vuestros niños y punto, utilicé todo el torrente de voz que
pude conseguir y aún así, apenas si se me escuchó--.
Por
primera vez, observé la habitación que me albergaba, el mobiliario era
digno de un rey, suelos vestidos con finos mármoles, bellos y pesados
cortinajes, enmarcaban inmensos ventanales que dejaban ver la belleza y
majestuosidad del mar Mediterráneo y aunque la negrura de la noche, lo
presentaba como oscuro y algo siniestro, yo lo imaginaba azul
lápizlaculi, incidiendo el sol con persistencia sobre su calmada
superficie y el sonido que te arrulla en los momentos de recogimiento,
unas palabras me arrancaron de mi abstracción.
--¡Venga, niños a la habitación!,--nos dijo con voz amable--.
--Señora, yo no soy una niña, soy una mujer y así exijo ser tratada.
Una
risotada fue toda la respuesta que obtuve y se alejó con paso seguro,
se perdió entre habitaciones en penumbra, pero el repiqueteo de sus
tacones los seguí escuchando hasta que se diluyeron en la inmensidad de
esa mansión.
Un mayordomo perfectamente uniformado, nos
invitó a Manuel y a mí a seguirlos, miré hacia las puertas que daban al
jardín, franqueadas por hombres estatua vestido de negro y con
intercomunicadores adheridos a su orejas, en fin podía intentarlo, pero
también empeorar la situación,en la cual no estaba muy segura de si mi
estatus era de presa, reo que va al paredón o simplemente me reprendían
para hacerme volver a lo que ellos considerarían la buena senda, le
seguí mansamente desganada, Manuel me golpeó la mano para llamar mi
atención, no entendí su gesto.
Nuestro guía media casi dos
metro, nunca había visto un mayordomo con semejantes dimensiones, lo
seguimos casi dos minutos por inmensas estancias hasta que llegamos a
una puerta que escondía una bonita y sencilla habitación, me hice la
remolona y una mano que me cubría casi toda la espalda, me introdujo en
su interior , oí el cerrojo correrse tras de mí, inmóvil, intentaba
captar el más mínimo indicio que me ayudara a salir de ese lugar, unos
golpes, parecían sonar tras la puerta, me quedé inmóvil, conteniendo la
respiración, los volví a escuchar, lentamente me acerqué a la puerta
para confirmar mi sospecha,
--Elena, Elena.
Apenas si se distinguía las palabras que definían mi nombre y los leves golpes que me hicieron ponerme en alerta.
--Elena, Elena.
Insistieron, no estaba loca, aquello estaba pasando.
--Manuel, ¿eres tú?.
Continuará...
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