jueves, 18 de agosto de 2016

Las Largas Noches de Elena (23º parte)

Intenté volverme invisible al escuchar esa voz tan íntimamente conocida, por unos segundos me transportó a un mundo que ahora lo sentía confuso, no podía ser,.
--¡Elena!, --dijo--, quieres salir de una puñetera vez, no te comportes como una niña,  ¡Vamos sal!. 
Me sentí pequeña, indefensa, asustada, incapaz de reaccionar ante esta sorpresa tan magistral, yo que me creía fuerte, experta, capaz de vencer las situaciones más difíciles y comprometidas, siempre al borde de la muerte o de la cárcel, en la clandestinidad, que era aquello un gran hermano a lo bestia, un show de Thruman en femenino, o sencillamente me había muerto y había ido al infierno directamente, en ese momento mi nombre volvió a resonar en ese jardín de pesadilla, estaba pegada al suelo, muda, mi garganta expulsaba un leve alito de aire, un pequeño suspiro que apenas si me permitía mantenerme con vida, me amparaba entre dos pequeños cipreses, intentando fundirme con su naturaleza, rezando una oración que aprendí de muy pequeña y apenas acertaba a recordar.
 
Un par de manos fuertes y ajenas, me agarraron por los brazos, me resistí por puro instinto, intenté defenderme en una batalla perdida.
Apareció  de entre las sombras y me volví muy muy pequeñita, su voz tenía la fuerza de un trueno.
--¡Elena! – un silencio aterrador me envolvió, mis oídos no eran capaz de percibir ni el más atronador de los sonidos--, dejá de hacer tonterías, soltadla no irá a ninguna parte, ¡Vamos!.
 
La seguí como un sumiso corderillo, ni por un momento me pasó por la cabeza escapar, no tenía fuerza para hacerlo, tampoco le encontraba sentido, había perdido y solo me quedaba asumir lo que tuviera que pasar.
--¡Manuel!, --el grito se perdió en el silencio nocturno.
Estaba sentado en medio del majestuoso salón, cabizbajo, lo sentí avergonzado.
--Elena, lo siento, yo no quería, pero no puedo elegir y tú lo sabes.
--¿Quién eres tu?¿De dónde has salido?, --dije, en un grito ahogado que apenas si se escuchó--.
--¡Deja al chico!, él ha cumplido su misión, así se le ordenó y lo ha echo, con la profesionalidad que se esperaba de él.
--¿Quiénes somos? ¿Qué somos?
-Sois nuestros niños y punto.
--Como que somos vuestros niños y punto, utilicé todo el torrente de voz que pude conseguir y aún así, apenas si se me escuchó--.
 
Por primera vez, observé la habitación que me albergaba, el mobiliario era digno de un rey, suelos vestidos con finos mármoles, bellos y  pesados cortinajes, enmarcaban inmensos ventanales que dejaban ver la belleza y majestuosidad del mar Mediterráneo y aunque la negrura de la noche, lo presentaba como oscuro y algo siniestro, yo lo imaginaba azul lápizlaculi, incidiendo el sol con persistencia sobre su calmada superficie y el sonido que te arrulla en los momentos de recogimiento, unas palabras me arrancaron de mi abstracción.
--¡Venga, niños a la habitación!,--nos dijo con voz amable--.
--Señora, yo no soy una niña, soy una mujer y así exijo ser tratada.
Una risotada fue toda la respuesta que obtuve y se alejó con paso seguro, se perdió entre habitaciones en penumbra, pero el repiqueteo de sus tacones los seguí escuchando hasta que se diluyeron en la inmensidad de esa mansión. 
 
Un mayordomo perfectamente uniformado, nos invitó a Manuel y a mí a seguirlos, miré hacia las puertas que daban al jardín, franqueadas por hombres estatua vestido de negro y con intercomunicadores adheridos a su orejas, en fin podía intentarlo, pero también empeorar la situación,en la cual no estaba muy segura de si mi estatus era de presa, reo que va al paredón o simplemente me reprendían para hacerme volver a lo que ellos considerarían la buena senda, le seguí mansamente desganada, Manuel me golpeó la mano para llamar mi atención, no entendí su gesto.
 
Nuestro guía media casi dos metro, nunca había visto un mayordomo con semejantes dimensiones, lo seguimos casi dos minutos por inmensas estancias hasta que llegamos a una puerta que escondía una bonita y sencilla habitación, me hice la remolona y una mano que me cubría  casi toda la espalda, me introdujo en su interior , oí el cerrojo correrse tras de mí, inmóvil, intentaba captar el más mínimo indicio que me ayudara a salir de ese lugar, unos golpes, parecían sonar tras la puerta, me quedé inmóvil, conteniendo la respiración, los volví a escuchar, lentamente me acerqué a la puerta para confirmar mi sospecha,
--Elena, Elena.
Apenas si se distinguía las palabras que definían mi nombre y los leves golpes que me hicieron ponerme en alerta.
--Elena, Elena.
Insistieron, no estaba loca, aquello estaba pasando.
--Manuel, ¿eres tú?.
 
Continuará...

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