El hombre perfectamente uniformado nos abre la puerta del coche y
al enterrar los zapatos en aquel espeso césped frente a la impresionante
mansión, me sentí transportada a la Inglaterra Victoriana en pleno
siglo XXVIII, un auténtico Lord salió a recibirme, alto, rubio, delgado,
pero tras el lujoso atuendo se adivinaba un cuerpo musculoso y bien
formado, su voz, sus perfectos modales, te invitaban a confiar en él, me
tendió la mano con gentileza, besando la mía con perfecta educación
británica.
La calidez de su piel, cambió mi estado de ánimo rotundamente, estaba relajada y la sonrisa se dibujó en mi rostro.
--Agradezco mucho que nos acoja en estas circunstancias,--le dije mirándolo a los ojos--.
--Un deber señorita Elena.
Y
su voz sonó sin acento de ningún tipo, su mirada me acarició el ánimo,
me sentía estenuada, pero quería seguir disfrutando de su compañía,
¿Estaban revoloteando mariposas en el aire?, que eran aquellas tonterías,
no había duda que necesitaba descansar, me fijé en Manuel y vi en su
rostro la urgencia de retirarnos a dormir, y aquel caballero volvió a
estar a la altura, descifró mi lenguaje corporal.
--Elena, ¿Puedo llamarte Elena, verdad?.
--Como puedes dudarlo, después de tantos quebraderos de cabeza y esta acogida, puedes decirme lo que quieras.
--Esto
no es nada, mi nombre es Alejandro, Watson Edgar, era papá y por
desgracia hace años que nos abandonó, pero su presencia impregna cada
rincón de la mansión, fue un gran hombre y estamos muy orgullosos de él.
La
punta de sus dedos me rozaron el hombro y una descarga eléctrica
recorrió todo mi cuerpo, me ruboricé como una adolescente cogida en
falta.
--¿Estás bien Elena?.
--Si, por supuesto,--dije algo azorada--.
--Ahora mismo os llevarán a vuestras habitaciones y os subirán una cena fría por si tenéis hambre.
--Gracias, necesitamos descansar hemos pasado momentos muy duros, sobre todo Manuel.
--Hasta mañana Elena, buenas noches Manuel, que descanséis. Estáis en vuestra casa.
--Buenas noches, gracias por todo.
Encaramos
la escalera de mármol rojo, que era impresionante, precediendo al
mayordomo, caminamos por un pasillo interminable y por fin, se detuvo en
una puerta, prendió la luz y el escenario era irreal parecía sacado de
una película de siglo XVIII, el tiempo se había detenido en aquellas
acogedoras estancias.
--La habitación de Manuel es la contigüa y están comunicadas, así se sentirán más acompañados, enseguida les subo la cena.
--Gracias, soís todos muy amables.
La puerta se cerró y Manuel asomó la cabeza por las puerta que comunicaban las habitaciones.
--Elena, esto es precioso, vamos a dormir como en las películas.
--Me alegro de que estés tan contento, todo saldrá bien, voy a ducharme, ¿Tienes hambre?.
--Me comería un dinosaurio.
--Te creo, espera aquí, voy a ducharme mientras suben la cena.
El
agua tibia me recorrió el cuerpo y la vida pareció acudir a mi
organismo, cerré los ojos y me abandoné a las placenteras sensaciones,
recordé el tacto de la punta de sus dedos sobre mi hombro y el bello se
me erizó como una gata, es increíble el poder hipnótico que estaba
ejerciendo éste hombre sobre mí y una picarona sonrisa acudió a mis
labios, dejé correr el agua y disfruté de su poder terapéutico, la voz
de Manuel me sacó de la ensoñación bruscamente.
--Voy,--dije muy a mi pesar--.
Después
de disfrutar de la comida, nos despedimos hasta la mañana siguiente,
entre aquellas sábanas el sueño me invadió sin poderme resistir y sin
querer entré en el país de la inconsciencia donde el pensamiento vuelan
libres sin barreras, ni trabas.
Unos nudillos golpearon la
puerta y sin previa espera, la silueta de Alejandro se dibujó en la
penumbra, no habló, avanzó sin piedad, sus labios franquearon la barrera
inexpugnable de mi resistencia, arqueé el cuerpo en un espasmo de
aceptación, transportándome a un lugar donde sólo importaba el deseo.
--Manuel
que haces sentado mirándome como duermo, ¿Pasa algo malo?, ¿La abuela
nos ha descubierto?, y la pregunta se convirtió en un grito.
Continuará...
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