lunes, 13 de febrero de 2017

Manzanas, peras, cerezas y viejas arpías (5º parte)

Isabel se acercó a casa ofreciéndome un trozo de pastel de no se que pueblo vecino, acepté la dádiva y la charla por cortesía pero no podía concentrarme en nada, contestaba como una autómata, distraída, lejos de todo pensamiento lógico y racional.
No quería volver al interior de la casa,  así que cuando las sombras cubrieron el jardín me agazapé en un rincón aterrorizada. Aún no había podido pensar ningún plan.

Un sordo cuchicheo llegó del exterior, alguien ágil como un gato saltó la tapia sin apenas esfuerzo, cayó sobre sus pies con las rodillas flexionadas, el pelo largo, muy lacio, se levantó al tiempo que sus brazos como si intentaran iniciar el vuelo, se posó sobre el piso de piedra suave y silencioso, todavía en posición de caída reconoció el entorno –el corazón iba tan  rápido que me delataba, la respiración jadeante hubiera alertado a una cuadrilla de sordos --, su cabeza giró certera y sus ojos fríos y brillantes cual luciérnaga, se posaron en el rincón que me ocultaba, sin prisa y seguro de su victoria, giró la llave lentamente y la puerta se abrió despacio, dando paso a los cuchicheadores del exterior. En la oscuridad pude distinguir claramente a cinco personas, seis con el saltador.
--¿Qué queréis?. ¡Fuera de mi casa! –grité y la voz se quebró fruto del miedo --, haciendo caso omiso de la imperativa súplica, siguieron con sus extraños planes. 

La luna llena derramaba su luz sobre las plantas y los cuchicheadores, alargando sus sombras engañosamente pareciendo amenazadores gigantes, con antifaces pero a boca descubierta, hundieron el dedo índice en sus labios, emitiendo un siseo serpentino pero inequívoco de silencio. Reconocí tres al instante, el vecino justo de al lado, un viejo asqueroso y amargado, la señora de enfrente con su porte santurrón y  su pelo aristocráticamente peinado de color blanco con reflejos malva, -- prueba de los años vividos --, y otra señora que vivía al final de la calle y a la que solo había visto pasar un par de veces, -- lo que si estaba claro que a ella no le había pasado desapercibida --, el resto se mantenía abrigado por la oscuridad.

Algo me golpeó la cabeza con fuerza y todo se fundió en negro como una pantalla de cine.
Sentada en la cama con la vista desenfocada, el armario se volvía borroso, se desplazaba a la izquierda y sutilmente a la derecha yo lo seguía hipnotizada, cerré los ojos con fuerza y con la mano taponando el vómito, corrí a ciegas al baño, el marco de la puerta no debía estar en su lugar o yo no debí correr con los ojos cerrados, el impacto me despidió a toda velocidad contra la pared del pasillo, haciéndome perder el equilibrio y la consciencia, desperté tendida sobre una pasta pestilente, fruto de mi propio desequilibrio, no pude más que reptar un poco, apartar el rostro y el cabello, quedando inconsciente de nuevo.
Continuará...

No hay comentarios:

Publicar un comentario