lunes, 20 de febrero de 2017

Manzanas, peras, cerezas y viejas arpías (7º parte)

Ya en la habitación de aquel destartalado hotel, recobré algo de la calma perdida, llené la bañera y al sentirme inmersa en esa agua acogedoramente templada, el sosiego me acunó entre sus brazos. Exhausta, el sueño me envolvió como  niebla repentina rindiéndome a él, sin poder hacer nada para evitarlo.

Soñé cosas confusas y a la vez terribles, amenazadoras manos que se aferraban a las extremidades impidiéndome el menor movimiento, monótonos cánticos y esos ojos macabros clavados en la carne como dolorosos alfileres. Desperté horas más tarde, el agua se había enfriado, los labios comenzaban a amoratarse, tardaría tiempo en no parecer la vieja bruja del cuento, arrugada y fea, cerré el albornoz con precipitación,  blanca cual mortaja, arrugada como una anciana, había vuelto a dejar salir la lúgubre cruz marcada, la piel ajada momentáneamente agravaba el aspecto de la misma, me asemejaba a una res marcada para ser sacrificada en el matadero, la idea solo persistió unos segundos, pero fueron suficientes para generar un estado de angustia  jamás sentido.
Se me escapó un grito, entre el suspiro y el sollozo, la penumbra se espesó volviéndose noche, apoderándose de mí un éxtasis de terror repentino.
Expresé en voz alta los pensamientos para hacerlos más reales.
--¡Seguro que no me han seguido! – dije -- enfatizando las palabras todo lo que pude y la voz sonó falsa.
Atranqué la puerta y la ventana, corrí al interior del armario como si de una habitación del pánico se tratara, parapetada en la oscuridad, urdí un plan para vencer aquella extraña amenaza, no sabía a que me enfrentaba, no existía ningún código o libro de instrucciones, la información que poseía era menos que nada, pero los hechos reales y el horror tan autentico como que en ese momento un armario oscuro y frío era mi centro de operaciones, no podía contar con ayuda externa, solo me tenía a mí misma y era necesario que fuera suficiente.
Continuará...

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