lunes, 17 de abril de 2017

Manzanas, peras, cerezas y viejas arpías (Cerezas) (19º parte)

Era el momento de volver, el incendio y la rotura de los cristales me serviría de coartada y explicaría la ausencia en la medida de lo posible, los problemas los iría resolviendo a medida que surgieran.
No sabría decir si estaba preocupada, el único sentimiento, la única sensación, paz, el peligro ya no estaba latente, la acción, --el fin justifica los medios --. ¡La verdad!, no sabría que decirles, lo que había que hacer estaba hecho.

Flores blancas y rosadas amontonadas en múltiples racimos, cubrían los campos trepando por los troncos hasta casi no permitirte distinguir atisbo de hojas, lo verde sucumbía al color inmaculado, incontables cerezos presidían los campos que daban acceso al pueblo.
Enfilé la carretera con animo incierto, los sentimientos saltaban a cada segundo como una pulga inquieta, apenas me separaban de la realidad doscientos metros y paré, el motor seguía zumbando de forma adormecedora, extraje un cigarrillo del bolso y enseguida las volutas de humo me rodearon serpenteando alrededor, formando caprichosas espirales, cambiando del blanco al rosa y del rosa al azul bajo el influjo del caprichoso astro que calienta e ilumina amaneceres y atardeceres.

Un cortejo me hizo caer cual manzana madura atraída por la inexorable gravedad, el sonido apenas reconocible se acercaba con rapidez, primero, apenas un punto de color en la lejanía que se alargaba como objeto indefinido y que poco a poco se iba definiendo, una fila interminable de silenciosas ambulancias, delatada su presencia apenas por los motores, sin duda me pareció la cosa más macabra que nunca había tenido el disgusto de presenciar, una mano invisible me obligó a volverme, las almas de los muertos eran transportadas a su pesar, pegaban los rostros a las ventanillas de las ambulancia, sus bocas se abrían y se cerraba en un interminable grito que no llegaba a los oídos, apreté los ojos tan fuerte como me fue posible desvaneciéndose el mal augurio.
Aparentando tranquilidad continué el camino, miré la escena con expresión rígida y en un momento de debilidad, vi acechantes peligros en todas direcciones.
Policía, cámaras, de todas las televisiones, médicos, paramédicos, sanitarios, curiosos, familiares, amigos, unos lloraban, otros permanecían absortos por el asombro, aquello era una torre de Babel, todos gritaban, unos buscaban respuestas al enigma, otros la noticia, las manos portadoras de micrófonos se afanaban en una incasable lucha, la búsqueda de bocas habladoras y caras dolientes que expresaran la tragedia acaecida para engalanarse con la primicia que les daría sin lugar a dudas, un nombre en los medios de comunicación.

Continuará...

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