miércoles, 3 de mayo de 2017

Manzanas, peras, cerezas y viejas arpías (22º parte)

Esa noche prometía ser especial, por primera vez dejé que un arrebato tonto turbara la razón, Gabriel se quedaría a pasar la noche, todo fue especial, la cena se convirtió en una improvisada fiesta, el salón se lleno con la calidez de las velas, cocinó unos platos fantásticos dignos del mejor gourmet, --una estúpida agitación se había apoderado de mí--, el delantal sobre la ajustada camisa le daba un aire sexy, desenfadado, como si su vida se hubiera desarrollado entre pucheros, sartenes y cacerolas. Lo miraba sin disimulos apoyada en el marco de la puerta. Se volvió hacia mí, con una sonrisa cautivadora, alzó la copa de vino, el liquido rojo sangre se paseó suavemente creando un pequeño remolino lamiendo el  cristal, sus labios no se despegaron y mis mejillas se encendieron como brasas incandescentes sofocándome el ánimo, superando los limites de lo recomendable, me devolvió una sonrisa en la que dejó sus fantásticos dientes a la vista, estaba tan turbada que no lo ví acercarse, sólo sentí la calidez de su carnosa boca casi rozarme suave y lentamente la piel del cuello, subió despacio dejando una fina capa de aire entre sus boca y mí piel, permitiendo que su respiración marcara el camino entre su deseo y el mío.
La copa se desprendió de sus dedos, emitiendo un sonido alegre, campanillas solo amortiguadas por el liquido que la ocupaba, todo era natural algo que tenía que pasar, al menos así paso, la turbación dio paso al deseo y el deseo a la pasión y la pasión al desenfreno. 

Sin embargo, transcurrió sin prisas cada caricia en su justo tiempo, cada gemido acompasado, un baile ensayado, las manos expertas, pasearon por la  anatomía sin complejos, ni culpa. Por fin la sensación de ingravidez fue total, los cuerpos se lamentaban cayendo en un abismo sin fin de deseos aflorados, la cabeza me daba vueltas mientras las pupilas de Gabriel se hundían en las mías, las manos se entrelazaron con fuerza en un vano intento de fusión definitiva.
 Caí en un sopor cálido, el aire olía a flores frescas, no hubo palabras, nada parecía necesitar una aclaración, sin explicación la congoja lleno los ojos de lágrimas, sacudí con fuerza la cabeza para espantarlas y la confusión nubló el entendimiento.
El miedo me estaba volviendo frágil, vulnerable, estaba flotando en un terreno muy peligroso por muy placentero y agradable que me estuviera resultando la velada. Su voz atravesó mi cerebro firme, serena, segura de lo que decía, limpia y clara como el agua fresca de un río.

--¿Te pasa algo?. ¿He hecho o dicho algo indebido que te ha molestado?.
Lo dijo de forma tan natural que sentí vergüenza por estar cohibida. Un rizo le caía desmayadamente sobre la frente dándole un aire pícaro y angelical al mismo tiempo, y su voz volvió acariciarme los sentidos, lo miré fijamente a los ojos y vi algo que hasta ahora no había reparado, un abismo insondable, aunque su voz siguiera sonando suave y sus modales fueran dulces, algo amargo emergía desde algún lugar. 

El silencio de mis labios pareció representar una amenaza, un viento desasosegante me batió, me atravesó el cuerpo como una lanza certera.
--¿Veo que estás molesta conmigo?. ¿He sido demasiado atrevido?. Te pido disculpas, quizás interprete mal las cosas, perdóname.
Sus palabras sonaron sinceras. La voz se me quebró y volví a sacudir la cabeza para ahuyentar las lágrimas.
--¡No digas tonterías, no soy ninguna niña asustada!,-- dije—elevando la voz intentando recobrar la calma perdida, disimulaba la angustia que me apretaba la garganta --. Me estás mal interpretando, es que han pasado muchas cosas, demasiadas para pasarlas por alto.

--Tienes razón, --dijo-- intentando cambiar de tema --. ¿Cenamos?. Con el estomago lleno se ven las cosas de otra manera, --y me mostró una sonrisa tan dulce, como fríos se me antojaron sus ojos. Al pasar junto a mí, alargó la mano y por unos segundos la retuvo entre sus dedos.

La cena trascurrió entre palabras a medio decir y sonrisas cómplices, los minutos anteriores parecían no haber existido, ese sentimiento extraño se diluyó entre el  bamboleo de las llamas al viento y el cálido resplandor que desprendían las velas.
Continuará...

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