jueves, 8 de junio de 2017

Las alas de un ángel rotas (6º parte)

--¡Pablo!—gritó, haciendo que su voz rebotara en mi interior como una pelota certera y directa--. Crees que nos regalan las cosas pequeño saco de mierda –dijo—abriendo y cerrando ese pozo negro, por el que sólo escupía odio.

Lo miré desconcertado sin saber que pasaba en ese momento, --de dos zancadas me alcanzó con las zarpas de oso que poseía por manos, agarrándome con tal fuerza por el cuello, que creí que la columna acabaría entre sus dedos--. Cogió el vaso de leche, --que por cierto estaba casi vacío-- y estrellándolo contra mis labios con violencia, vertió las últimas gotas sobre la camisa limpia. Un dolor agudo estalló en la boca, --como una brusca explosión de fuegos artificiales, sintiendo que la piel me abrasaba--, poniendo la mano sobre ella por puro reflejo, comprobé que la sangre fluía copiosamente, alarmado verifiqué que por suerte sólo el labio sufría daños, mis dientes se habían salvado. Mi madre alarmada lanzó un grito, acudiendo al instante a socorrerme. Las lágrimas quisieron traicionarme, no iba a darle esa satisfacción, las engullí con entereza y corrí a mi habitación.

El escándalo comenzó al instante, con la cabeza presa de la almohada intentaba no escuchar, hasta que  el grito de mamá despertó al paladín de damas en apuros que todo  hombre –y quiero subrayar la palabra “hombre”,”no-rata”, vive en nuestro interior--. Corrí despavorido a socorrerla, la cosa no paso de unos gritos y una bofetada que le hizo perder el equilibrio.
Lloré larga y mansamente en sus brazos, reprimiendo la angustia por gritar y la sensación de pánico, acepté  su sonrisa cómplice y tierna. Cada vez que veía a ese hombre -- y era mucho más a menudo de lo que yo deseaba --, a duras penas podía mal disimular mi rencor, eso no beneficiaba demasiado la convivencia, pero era imposible mostrarle otro rostro al verdugo – a éste ser que me estaba robando la infancia y la pubertad--.
Seis meses más tarde y desengañada de toda posibilidad de convivencia, solicitó la separación. Su corazón estaba débil, el médico aconsejó tranquilidad absoluta. Se presentaron partes médicos, denuncias, fotografías y declaraciones de vecinos y amigos, solicitando la expulsión inmediata de este hombre de la casa. Pareció aceptar aquello con aire seco e imperturbable. No puedo recordar que dijo, pero si una inquietante precipitación en su voz, una calma fría y lúcida. No exteriorizo emoción alguna y eso me asustaba más que cualquier otra cosa. ¿Quizás tuviera ya un plan preconcebido?. O quizás yo olfateara en el aire temores que sólo existían en la mente de un niño asustado.
Continuará...

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