jueves, 15 de junio de 2017

Las alas de un ángel rotas (8º parte)

                                                           -INFIERNO-

Desde aquel día, me acompañó, un trémulo silencio, un aire huraño y deprimido. Mi abuela, quizás influida por la edad, decidió vivirlo con resignado desamparo, yo no pude. Mi ira era tan fuerte que incluso exteriorizarla me costaba un gran esfuerzo, así que la viví para mí, guardándola y permitiéndole la salida en contadas ocasiones, pero cuando esto ocurría, me era imposible controlarla incluso casi ni recordarla.


--Como es de esperar la justicia se mantuvo en su línea y aunque mi madre no pudo recuperarse y su corazón se apagó como una vela gastada, el juez Don Antonio Llamazares Sánchez, no encontró la paliza como causa de la muerte, se le condenó por golpearla y lo sentenciaron simplemente a cuatro años de cárcel, por más que se apeló y recurrió la sentencia, el todo poderoso juez se salió con la suya y una vez más al igual que tantos otros se convertía en cómplice de asesinato.

---Nunca lo entendí y perdone mi tozudez. Se lo pregunto a usted como abogado. ¿Si  encubro un asesinato, un robo o cualquier otro acto delictivo, la ley me castigara por cómplice?. Un juez lo hace con asesinos, maltratadores y él imparte justicia. Perdóneme pero no lo entiendo, ni la mayoría de gente sencilla y corriente, quizás estos problemas no se resuelven, porque muchos de estos jueces, ellos mismos son maltratadores. Y porque al fin y  al cabo que tiene que ver la ley con la justicia.
¡No me mire con esa cara!. Tampoco hace falta que me responda a estas alturas, no creo que tenga mucho sentido.

En los dos años siguientes por complacer a la abuela, visite innumerables psicólogos, psiquiatras, terapeutas como puede ver sin ningún resultado, ya que me encuentro en una habitación pagada por el estado.

La desesperación, ese sentimiento insoportable que te hace desear la muerte, se alivia con el tiempo, se hace más llevadero, el corazón deja de oprimirte en el pecho, dificultándote la respiración, pero nunca te abandona, vive por siempre para ti y por ti, haciéndose más latente exclusivamente en fechas muy especiales como navidades, cumpleaños u eventos extraordinarios.
La cosa aun se puso mejor, esto era la ley de Murphy, si algo puede salir mal, esta claro que tarde o temprano saldrá mal. A los dos años por buen comportamiento el estado arrojó a otro asesino a la calle y encima, parecía tener derecho a quitarle la custodia a mi abuela ya que por su edad, se la concedieron  temporalmente. Gracias a que no escatimó recursos monetarios en abogados y que yo casi tenia los diecisiete años, entre aplazamientos y juicios logramos que no me movieran de su lado.
Llamaba en plena noche intentando asustarnos, pero ya no podía hacerlo más de lo que lo había hecho, matando a mi madre.
Continuará...

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