lunes, 10 de julio de 2017

Las alas de un ángel rotas (15º parte)

Los chicos no habían mentido, eran limpias y educadas, si no escudriñabas a tu alrededor olvidabas donde estabas.
--¿Qué te ha ocurrido, estas sangrando?.
--Me han atracado en la calle, pero no es nada grave. ¿Podríamos pasar a la habitación antes que el calor me desangre?.
Solícita, me extendió un albornoz, cubriéndose con otro, me ayudó a llegar a la cama. El cabello resbalaba sobre nosotros empapado en sudor, nuestros poros se hallaban inmaculados después de semejante sesión. Los ojos llorosos, enrojecidos por la entrada incesante de gotas del salino elemento.

--¿Quiéres que te mire la herida?.
-- Por favor. Pero antes me daré una ducha.
-- ¡Claro! Como desees.
Tumbado en aquella cama de agua, el incesante movimiento me recordaba al de un barco, intentando marearme. Nunca he sido buen navegante, parecería una mariconada, así que aguantando a duras penas resistía mi hombría. No sé si fue el mareo o la angustia.
Pero cuando aquellas expertas manos comenzaron su trabajo, creí que candentes tizones me abrasaban, dejando a su paso profunda y dolorosas llagas. La anhelada danza comenzó suave, dulce, haciéndome dueño de su cuerpo, bailaba sobre mí, unidos en ese momento por un vinculo ineludible. Abrí los ojos, en su cara sé leía la lujuria, el deseo pecaminoso. En un momento irreflexivo la empujé con asco y violencia, como quien se libra de algo pestilente, repulsivo, que sobre ti babea y chupa tú energía.


Cocó, sorprendida y dolorida por el tremendo golpe, me vio salir como alma poseída por el diablo y como mi madre me trajo al mundo. Intenté ponerme el pantalón por la escalera, sucediendo lo lógico en estos casos, la bajé todo lo rápido que se puede hacer esto-- rodé hasta el final--. La Madame alertada, corría tras de mí preguntándome por lo sucedido, ignorando todo lo que me rodeaba corrí fuera de allí, el aire gélido me obligó a refugiarme en un portal para protegerme, colocaba las prendas precipitadamente, ya no tanto por miedo a ser descubierto en total desnudez, el frío de la noche se adhería a la piel provocando un castañeteo de dientes sonoro e involuntario. Permanecí en mí  improvisado escondrijo hasta asegurarme que en la calle reinaba una paz absoluta y el incidente había sido dado por zanjado.
Amparándome en las sombras de la noche me fundí con la oscuridad, con paso cansado y la mente en blanco, deambulé sin rumbo fijo. Que lejano veía ahora el momento en que salí de casa para recordar mentalmente los conceptos de mi examen, sólo me separaban horas, aunque a mí me parecían días.
Continuará...

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