jueves, 3 de agosto de 2017

Las alas de un ángel rotas (22º parte)

El sol generoso desparramaba sus rayos sobre la calle calentando las frías piedras, las gentes iban y venían y Duli se sentía feliz de estar al aire libre.  
Algo avergonzada me confesó que no podría pagar nada, no disponía de posibles. Incluso la compra de comida, su tío la abonaba por meses. ¿Qué podía haber hecho criatura tan angelical para que le dieran semejante trato?.

La jornada transcurrió entre risas e inocentes confesiones, comimos en un self- servís que encontramos en el camino, sus paredes llenas de cristaleras daban a la calle mostrando la frenética actividad de la ciudad. Disfrutaba de todo como una niña pequeña que estuviera descubriendo el mundo, la ternura se apoderó de mí. En principio se mostró algo avergonzada, alejando que no tenía nada de apetito, recurriendo a mis dotes de persuasión la convencí para que tomara una ensalada, un zumo de naranja natural y un trozo de tarta de postre. Pasados los primeros momentos volvió a su  divertida elocuencia, jugando con la perra y contándome historias de mascotas que había tenido de pequeña. Dicho sea de paso las dos parecían disfrutar por igual.

No me defraudó, estar en su compañía resultaba ser mejor de lo que yo imaginé. Paseamos por la Castellana, la cual estaba más luminosa y animada que nunca, incluso
la señora de la fuente sonreía a los transeúntes encantada con la polución reinante.
Me habló de arte, parecía interesada y versada en el tema. Cuando le pregunté, sus ojos se velaron un poco y su voz se quebró ligeramente, supe que sin lugar a dudas había metido el dedo en una llaga y debía de andarme con precaución de no meter la pata, accediendo a dicha cuestión con sumo tacto. 

Refinada, elocuente, culta, educada incluso llegando a la sofisticación. ¿Qué misterioso secreto la podía tener confinada a tan absurda y mediocre vida?.
La cita daba a su fin y los dos no sabíamos como despedirnos, hubiera seguido caminando junto a ella hasta el final de mi vida, no deseaba separarme. Ya la echaba de menos y aun no nos habíamos alejado.
--!Dime que te volveré a ver¡.  Lo dije con anhelo, con voz trémula y rostro solicito. Sentirme tan vulnerable resultaba peligroso, pero si me hubiera dicho que no, le hubiera suplicado una nueva oportunidad sin importarme la humillación que eso implicara.
No fue así, sé la veía encantada o era una actriz excelente.
--Gracias, he pasado un día fantástico, no se como agradecértelo, hacía mucho tiempo que no reía tanto, ni siquiera recuerdo cuando hablé como una cotorra por última vez. Ha sido genial. ¡Muchas gracias!.
--Agradécemelo con otra cita. 
--Esto va a ser muy complicado, ¿Estás seguro de querer seguir adelante?.
--Sin duda alguna. Contesté aseverando mí firme deseo.
Lo ultimo que deseaba es que el párroco me echara la vista encima. Entonces no tendría solución, le había confiado mi secreto a la persona más inadecuada.
La miré deseando atraerla, estrecharla contra mi pecho. La afilada mirada de un transeúnte nos puso en alerta.

Le di mí numero de teléfono solicitándole que me llamara en cuanto tuviera un minuto libre, acudiría donde me lo pidiera y la hora que me lo solicitara.
Caía la tarde, el sol casi dormido lanzaba sus últimas claridades, provocando cómicas sombras entre los edificios. Ella se alejaba silenciosa pero rápida, temiendo ser descubierta. Quise llamarla a gritos, pedirle que se quedara conmigo para siempre, apreté los labios temiendo que las palabras se formaran en mis labios por sí mismas. Y la dejé marchar en silencio.
Continuará...

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