jueves, 24 de agosto de 2017

Las alas de un ángel rotas (28º parte)

En dos pueblos de alrededor se produjeron  bajas, una por muerte y otra por enfermedad, el pobre cura era por lo visto muy viejito y aunque aguantó todo lo que pudo, el obispado hubo de retirarlo con urgencia, haciéndose cargo de ellas por orden superior, nuestro opresor.

Es sabida por todo creyente la obediencia de nuestro clero, que al igual que al ejercito se les prohíbe tener mente propia, ya que si la tienes, -- como se puede obedecer ordenes o mandatos fuera de toda lógica con inusitada ceguera vehemente--. Si hablas con un sacerdote te dará una colérica charla sobre la fe, donde no faltaran puñetazos en la mesa a falta de argumentos y si lo haces con un militar lo hará de la obediencia, el orden y no se cuantas cosas más, que ni ellos mismos saben como excusar o defender a base de practicar sumisión sin mesura. En el fondo los comprendo como se puede vivir sin poder expresar tus argumentos, no pudiendo llamar tonto al tonto e inepto al inepto.


De esta manera tan fácil pudo conseguir la voluntad de nuestro hombre, su madre, la abuela de Lucía, haciéndole cometer injusticias con un ser dulce e inocente. Al menos como esta muy de moda ahora mismo decir y además a la expresión la amparan las leyes. “El presunto” asesino de mi madre lo movía su crueldad y la mala sangre con que fue concebido, pero yo estaba convencido del buen corazón de nuestro cura, las acciones malas o injustas que cometía las hacia por boca de ganso y no por deseos propios, pero el cerebro y la voluntad se acaba pudriendo, cuando no es firme y se deja a monstruos externos morder nuestra moral y sentido común, aprendiendo a acallar la conciencia con vanas excusas.
Tras muchas idas y venidas, llamadas telefónicas, encuentros secretos y noches acunadas por el insomnio, parecía estar todo en orden.
Una semana después del cumpleaños de Lucía, algo más tranquilos, decidí celebrarlo con una sorpresa, aquella tarde íbamos a visitar a su madre, mediante el abogado averiguamos su paradero. Como no sabíamos lo que podíamos encontrar, pensé que un bonito regalo podría mitigar el posible mal rato. Y ella en un intento de alcanzar la normalidad como mujer, decidió precipitarse al vació.
Más tarde me confesó, que lo deseaba pero no sabia si a la hora de la verdad seria capaz o podrían más sus traumas. Si no lo intentaba nunca lo averiguaría.
Su tío salió a las cinco de la mañana, Lucia se levantó solicita a prepararle una taza de café para que se reconfortara hasta llegar a su destino. Tenia dos horas de camino por delante antes de llegar a la iglesia donde además de la misa matutina, había varios entierros y una boda, estaría ocupado todo el día, los oficios de su parroquia los atendería un sacerdote joven, pero eso no nos preocupaba ya que no tenía porque relacionarse con Lucia, tenia las llaves de la iglesia y todo lo que podía necesitar.  


Daban las seis de la mañana cuando cerró la puerta tras de sí, al pisar el asfalto la envolvieron las primeras luces, meditabunda, caminó calle arriba, las pequeñas dudas  parecían desvanecerse con el aire fresco de la mañana, aunque la ansiedad, la duda, le horadaban el estómago, provocando la sensación de un vacío insoportable.
La ciudad lucía solitaria, solo el trajinar de repartidores o de los muy madrugadores. El tráfico aumentaba paulatinamente, rostros medio dormidos todavía, parándose en alguna que otra cafetería que se encontraba abierta para recogerlos, ofrecerles un café o algún licor que les entonara la mañana.
La emoción y la duda la estaba mareando, sus manos temblaban. Ya en la puerta, contuvo la respiración y haciendo muecas  ridículas, logró que la llave girara. Una paz absoluta reinaba en la casa. Depositó los zapatos en la entrada, sin percatarse del voluminoso paquete envuelto con un gran lazo multicolor que decoraba el centro del salón.
Entró con absoluta decisión en el dormitorio y despojándose de toda la ropa, empujó con suavidad la puerta. La perra levantó con pereza la cabeza pero los cachorrillos mamaban y no hizo intención de salir a su encuentro, aun así Lucía puso su dedo sobre sus labios emitiendo un sonido sordo, bajando su hocico siguió dormitando mientras daba de desayunar a sus hijos.
La cortina descorrida permitía que la claridad se colara alegremente, iluminando el cuerpo de Pablo desnudo sobre las sabanas. La cama revuelta parecía haber librado una dura batalla con el insomnio.
Sintiéndose avergonzada  pensó en salir corriendo, si se marchaba en ese instante nadie se enteraría. Salió de la habitación y se disponía a enfundarse en su pantalón de nuevo, cuando un ruido la hizo refugiarse detrás del sofá, permaneció unos segundos con la respiración mantenida, alerta pero fue una falsa alarma, el estruendo provenía de la calle, un camión descargaba alguna mercancía.
Tiró de nuevo la ropa y silenciosa se dirigió a la cortina cegando la habitación. Pablo cambio de postura en ese momento y ella se sobresalto de nuevo, pero ahora la amparaba la oscuridad. Como un cazador furtivo que otea el horizonte en busca de una buena pieza, se despojó del sujetador dejando al descubierto unos senos pequeños pero perfectamente formados, dos tartas de nata adornadas en el centro con guindas rosadas. Dejó resbalar las braguitas por las caderas hasta caer rendidas a los tobillos, con una pequeña zancada las abandonó en la alfombra. Titubeante y sin saber por donde introducirse, dudo unos segundos e imaginariamente rozó la atlética espalda que ahora se mostraba al igual que lo hacían las nalgas, tentándola a acariciarlas.
Se tendió en el filo del colchón sin rozarme, en una involuntaria vuelta la atrapé en mis brazos, pero permanecía dormido ajeno a lo que estaba pasando en mí propia habitación. Al sentirse sin escapatoria, Lucía experimento unos segundos de terror, pero se dio cuenta que nadie la tomaba a la fuerza, que aquellos brazos, solo la acariciaban, no la forzaban contra su voluntad.
Se sorprendió al no sentir asco, sino por el contrario deseaba que no parara, hasta borrar las huellas de esas otras asquerosas que la tocaron en su día, obligándola a sentirse sucia e impura, obligando a su mente a sentirse culpable de algo que no lo era.
De repente se sintió agotada sin fuerzas para luchar más contra su vergüenza y se rindió  sin condiciones.
Continuará...

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