lunes, 13 de noviembre de 2017

Las alas de un ángel rotas (45º parte)

--¿Por qué crees que llama después de tanto tiempo?.
--¡No lo sé!. ¡Pero te puedo asegurar que lo sabremos!.
Cinco horas más tarde, sin tiempo de recuperarme de este primer asalto. Volvió a sonar el intranquilizador timbre, Lucía corrió para descolgar antes que yo – aquel gesto de preocupación me enterneció --.
--¡Diga!. Es un tal Servando Martínez  Mestre.
--¡Sí!. ¡Dígame!.
--¡Soy Servando Martínez Mestre!. Llamo en nombre de su padre, desea concertar una visita con usted.


--¡Dígale que no tengo nada de que hablar!. – pude observar por el cariz que tomó la conversación que no me libraría tan fácilmente, sino aclaraba la situación la cosa podría ir mucho más lejos. Sabía mis puntos débiles y como provocarme. Si se atrevía a venir a la puerta de la casa o abordaba a Lucía, molestándola de alguna manera, el escándalo estaría servido. Incluso podría volver contra mí las denuncias perdiendo toda credibilidad ante los tribunales, saliéndose una vez más con la suya.
Concerté un encuentro al día siguiente en un lugar solitario del parque, quería evitar testigos, estaba muy seguro de lo que le diría.
Esa noche la pasamos abrazados, en silencio, cada uno lamiéndose sus propias heridas, sin querer preocupar más el uno al otro. Los pocos minutos que pude conciliar el sueño, desperté bañado en sudor, sostenido por los brazos de Lucía que me envolvían, retornando a la realidad.
Veía sangre, las paredes, el estimado búho nival, el vientre donde nuestro hijo vivía. Sin poder soportar aquellas horribles visiones, salté de la cama.
El alba aún no nos visitaba, pero no quería cerrar los ojos, disimulando cogí los libros, pasaba páginas sin enterrarme de nada.
La hora del encuentro llegó tan lenta como el paso de una tortuga. Por fin lo tenía delante. Un viejo envilecido con la piel oxidada por el paso del tiempo y la falta de bondad reflejada en su mirada.
--¡Hijo! –dijo con hipócrita mansedumbre--.
Sin querer dar pie a la provocación, le mostré la falsa confianza que llevaba ensayando desde que concerté la entrevista.

--¡Si, quieres sacar algo positivo no me llames eso nunca más!—dije conteniendo la furia a duras penas.
--Veo que sigues siendo el mismo malcriado, tu madre fue demasiado blanda y permisiva.
La cara se me encendió de ira, pero la mueca burlona que se le escapó, encendió la luz de alarma.
--¿Qué quieres?. ¡Ve al grano!.
--Vi la reseña del periódico, bonita esposa, pronto voy a ser abuelo.
--¡Al grano!—dije en un grito--.
--¿Sólo quieres dinero, verdad?.
--Estoy viejo, mi pensión es corta y sigo un tratamiento médico costoso. ¿A quién pedir ayuda mejor que a mí hijo?.
En ese momento le hubiera machacado el cráneo con la piedra más gorda que hubiera encontrado y echado sus sesos a los cerdos, pero ni los cerdos se merecían semejante comida.
--¡Bien!. Primera y única oferta, te pasaré una pequeña pensión. Condición indispensable para recibirla, no me llames, no te acerques ni a mí, ni a mí familia bajo ningún concepto, olvida que existo. Con sorna –me dijo – es difícil olvidarse de alguien que lleva años poniéndome denuncias.
--De acuerdo. De momento has ganado, pero recuerda que por muchas batallas que ganes la guerra no ha terminado.
Dándome la vuelta lo dejé allí solo, escuché mi nombre una y otra vez, no giré la cabeza. De espaldas para no volver a ver su rostro –dije muy alto—recuerda sí sé que
existes cortaré el grifo.
En un ultimo intento de provocarme –dijo --. Rememorando el pasado con frívola nostalgia
--¡La loca de tú madre nunca debió permitir que un niñato como tú, se beneficiara de mí dinero!.
 Un centenario árbol con un tronco que no podía abarcarse entre dos personas, fue testigo, lo golpeé con tal furia que los huesos de la mano crujieron como una cáscara de nuez.
Aparecí por casa con férulas en tres dedos. Lucia horrorizada se temió lo peor, que hubiera golpeado a....
--No sufras mi amor esto ha sido por no machacar su asquerosa cara de cerdo hipócrita, mal nacido... que es lo que el buscaba. —Hubiera seguido lanzando insultos hasta que la garganta me sangrara --.
--¿Podemos olvidarnos del asunto? –pregunto ansiosa--.
--¡Por completo!. Quería dinero —con esta respuesta zanje el asunto --.
Continuará...

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